Del manicomio al ejército:
LA PSIQUIATRÍA PRODUCE UN MERCADO
DE MILES DE MILLONES DE DÓLARES
Para los psiquiatras en el ejército y para las grandes empresas farmacéuticas

El protector de la salud mental, la Comisión de Ciudadanos por los Derechos Humanos, anuncia la tercera de una serie de cuatro partes escrita por la galardonada periodista de investigación Kelly Patricia O’Meara que investiga la epidemia de suicidios y muertes repentinas en el ejército y el vertiginoso uso de drogas psiquiátricas que se prescriben a soldados y veteranos. La tercera entrega examina los datos históricos detrás de la alianza militar-psiquiátrica y de la creciente influencia y poder de la industria farmacéutica-psiquiátrica en el ejército hoy en día.

“La guerra es el infierno”. Poca gente que haya servido en combate pondría en duda esta frase que resume la brutalidad y la tragedia humana que es la batalla, acuñada hace mucho tiempo por el general de la Guerra Civil de Estados Unidos, William Tecumseh Sherman.

Reconociendo el sacrificio de nuestras tropas, como nación, damos la bienvenida a los guerreros que regresan como héroes, haciendo que sea aún más difícil entender por qué la comunidad psiquiátrica parece decidida a convertir en víctimas a los soldados que precisamente honramos por su extraordinario servicio.

Tal y como se ha documentado adecuadamente en las dos primeras partes de esta serie de investigación, el ejército se encuentra en una crisis con respecto a la salud mental. Los soldados están muriendo por suicidio y por otras muertes repentinas sin explicación a un índice incluso epidémico; una epidemia que parece haberse producido por los casi 2 mil millones de dólares que el Departamento de Defensa y el de Asuntos de los Veteranos han gastado en drogas contra la ansiedad y en antipsicóticos, a pesar de las advertencias internacionales de riesgo emitidas por las autoridades reguladoras, que incluyen manía, psicosis, suicidio y muerte. Acorde incluso con la propia política del Departamento de Defensa, “Regulación sobre medicamentos y condiciones psiquiátricas que descalifican para el despliegue militar”, los antipsicóticos como el Seroquel son sustancias que descalifican para el despliegue militar.

Dado que bajo el asesoramiento de profesionales de la salud mental los suicidios y otras muertes sin explicación siguen aumentando, ¿por qué el mando sigue escuchando a lo que, para todos los efectos prácticos, parece haber fracasado miserablemente? A pesar de que desde 2009, el aumento de personal en el campo de la salud mental se ha duplicado en Afganistán, una encuesta sobre la salud mental de las tropas desplegadas mostró que los niveles de estrés entre los militares en Afganistán casi se triplicaron entre 2005 y 2010.

Para entender por qué el mando parece estar satisfecho con el hecho de que a las tropas de la nación se les diagnostique como enfermos mentales y después, como si fueran estudiantes de primer año en una fiesta de fraternidad universitaria, se les suministren múltiples drogas psiquiátricas, uno primero debe entender el interés cada vez mayor de la comunidad psiquiátrica en las filas de la milicia y el rol que tiene en ellas. Esto no es difícil y el alto mando del ejército sólo necesita remontarse a algunas guerras del pasado reciente.

Antes de la Primera Guerra Mundial prácticamente todos los psiquiatras estadounidenses trabajaban en manicomios donde no había ningún método específico para el tratamiento de ninguna enfermedad mental. De hecho, algunos métodos eran tan tortuosos que la palabra “tratamiento” no se puede usar para describirlos.

Por ejemplo: los baños de hielo, en los que se sumergía a los pacientes en agua helada hasta que perdían la consciencia; y las sangrías, en las que se le sacaba al paciente una gran cantidad de sangre, lo que habitualmente le causaba la muerte.

Sin importar lo horribles que fuesen los métodos de tratamiento de los primeros psiquiatras, al avecinarse la guerra, los psiquiatras salieron de los manicomios de Estados Unidos y se introdujeron en el ejército donde la bata blanca del hospital fue remplazada por el uniforme verde del oficial del ejército.

Los psiquiatras solían usar baños de hielo, donde sumergían a los pacientes en agua helada hasta que perdían la consciencia.

Comprensiblemente, al principio de la Segunda Guerra Mundial, sólo podías encontrar 35 psiquiatras entre las filas del ejército, pero ese número creció rápidamente cuando la comunidad psiquiátrica ofreció sus servicios para deshacerse de aquellos que consideraban no aptos mentalmente durante el proceso de Selección para el Servicio. Muchos creen que los psiquiatras vieron la guerra como una manera de legitimar sus prácticas, incluso si era a expensas de aquellos que defendían nuestra nación, y lucrar cuantiosamente de ello.

El general brigadier William Menninger, el psiquiatra con mayor rango en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, intentó hacer que la neuropsiquiatría fuese aceptada al mismo nivel que la medicina y la cirugía. Y fue Menninger quien ideó un sistema de clasificación psiquiátrica que asustó a los líderes del ejército haciéndoles creer que había un aumento de civiles no aptos mentalmente para el servicio militar. Incluso el oficial al mando de Menninger, el Coronel Sanford French, que creía que la psiquiatría no servía para nada, aprobó la clasificación de salud mental, y según se dice le comentó a Menninger: “No entiendo qué estás haciendo, estás cambiando toda la Base de Mando, pero adelante”.

Y la “cambió”. La clasificación psiquiátrica no fue como se esperaba, ya que los peces gordos del ejército decidieron que la clasificación había resultado en una pérdida sustancial e innecesaria de cientos de miles de militares potenciales.

Pero aquellos que fueron aceptados por la clasificación psiquiátrica se la encontraron de nuevo en el campo de batalla, donde se confiaba en los psiquiatras para manejar los efectos psicológicos que el entrenamiento y las situaciones en combate tenían en los soldados y, para finales de la Segunda Guerra Mundial, el número de psiquiatras en el ejército se había elevado a 1000.

Lo que la comunidad psiquiátrica teorizó ejerciendo su profesión en los soldados que estaban en el frente, fue que el efecto perjudicial de la “neurosis de guerra” y la “fatiga de combate” se podrían tratar en el frente, una mentalidad de tratar problemas relacionados con el estrés inducido por la batalla en el frente, antes de que se intensificaran y llegaran a ser síntomas más debilitantes, con el objetivo de devolver a las tropas a la batalla cuanto antes.

Aunque los resultados de esas intervenciones están poco claros en el mejor de los casos, después de la guerra, la comunidad psiquiátrica trasladó sus nuevos tratamientos psicoterapéuticos relacionados con la guerra a la población civil y así nació la intervención de la salud mental en la población civil.

Los psiquiatras utilizaron la guerra para impulsar su causa, declarando ante el Congreso y apoyándose en la autoridad de los uniformes militares para obtener no sólo fondos federales sino también una nueva rama de investigación del gobierno, el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH, por sus siglas en inglés: National Institute of Mental Health).

En Locura y Gobierno, de Henry Foley y Steven Sharfstein, publicado por la Asociación Psiquiátrica Americana (APA), los autores escriben: “El testimonio se concentra en el gran número de bajas psiquiátricas en tiempos de guerra y en la grave escasez de personas, notablemente psiquiatras, entrenadas para cuidar de ellas. Se escucharon muchas declaraciones alabando los métodos nuevos y más efectivos de tratamiento que se desarrollaron durante la guerra”.

Pero los fracasos de la comunidad psiquiátrica pasaron desapercibidos. Según Foley y Sharfstein (quienes en aquel momento eran personal de la APA): “Se permitió que las extravagantes afirmaciones de entusiastas (diciendo que los nuevos tratamientos eran altamente efectivos, que todas las futuras víctimas potenciales de enfermedades mentales y sus familias se ahorrarían el sufrimiento, diciendo que pronto se lograrían grandes ahorros de dinero), se aprobaran sin disputa alguna por parte del sector profesional (psiquiátrico) del liderazgo político-profesional”.

Por consiguiente, la psiquiatría pasó a ser virtualmente la única rama de la medicina cuyo entrenamiento estaba subvencionado por fondos federales y con ello vino un aumento de 10 veces el número de psiquiatras en los EE.UU. durante los siguientes cuarenta años.

Fue también al final de la Segunda Guerra Mundial que la psiquiatría, con su recién lograda legitimización, empezara a clasificar los problemas psiquiátricos. A principios de 1943, con el Informe Médico 203 del Cirujano General, el manual de clasificación del ejército para los trastornos mentales, la comunidad psiquiátrica encontró la manera de introducirse en la población civil.

Ya en 1952, la APA había revisado la versión militar de Menninger sobre los problemas mentales y la llamó el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, conocido como el DSM-I, que contenía cerca de 112 categorías de diagnóstico.

Dado que el diagnóstico psiquiátrico no tiene, y nunca ha tenido, una base científica, el DSM-I se basaba completamente en un consenso, es decir las enfermedades mentales se añadían basándose en un acuerdo (una votación) por parte de otros psiquiatras. Como si estuviesen poseídos por una especie de clarividencia sobrenatural autoproclamada sobre el funcionamiento interno de la mente humana, para 1968, los psiquiatras de la APA habían publicado un DSM-II revisado que listaba 66 categorías nuevas adicionales, dando un total de 178.

Doce años más tarde, en 1980, el DSM-III se vanagloriaba de tener casi 228 categorías de diagnóstico diferentes, y para 1987, el total se había elevado hasta 259 con la publicación del DSM-III-R. Para 1994, la APA estaba en una buena racha y afirmaron tener tal entendimiento del comportamiento humano que ampliaron las categorías de diagnóstico a 374 con la publicación del DSM-IV. Finalmente, cuando se publicó el DSM-IV-TR, la versión revisada del DSM-IV, lo que originalmente empezó como un libro de solo cien páginas había crecido a un total de más de novecientas páginas.

Lo siguiente se proporciona con el fin de determinar la integridad médica del DSM (en cualquiera de sus versiones), como un ejemplo de cuán lejos ha llegado la psiquiatría para determinar qué constituye una “enfermedad mental”.

Trastorno de la Lectura (315.00): capacidad de lectura substancialmente menor a la esperada de acuerdo a la edad del individuo. Esto puede persistir incluso en la edad adulta.

Trastorno matemático (315.1): capacidad matemática substancialmente menor a la esperada de acuerdo a la edad del individuo. Puede no ser evidente hasta el quinto grado de educación primaria.

Trastorno de la expresión escrita (315.2): capacidad de escritura substancialmente menor a la esperada de acuerdo a la edad del individuo. Se conoce poco sobre su pronóstico a largo plazo.

Las “enfermedades mentales” previamente mencionadas, al igual que cualquier otra enfermedad mental listada en el DSM, se crearon por votación de los psiquiatras de la APA con absoluta certeza (y una expresión seria en el rostro). Y a pesar de lo absurdo que parezca, el alto mando del Pentágono tiene que familiarizarse con el diagnóstico en constante expansión del trastorno por estrés postraumático (TEPT) al considerar las causas detrás de la epidemia de muertes no relacionadas con el combate.

No hay duda alguna al respecto, los soldados de la nación se han visto traumatizados por su participación en la guerra más larga de Estados Unidos (Irak y Afganistán), y sufren de lo que muchos consideran reacciones normales a situaciones insólitas que son una amenaza para la vida. De hecho, un informe reciente del Departamento de Administración de Veteranos revela que al 30%, o casi 250,000 de los 834,463 veteranos de las guerras de Irak y Afganistán tratados por el Departamento de Administración de Veteranos, se les ha diagnosticado TEPT, convirtiéndolo en una enfermedad mental lucrativa para la psiquiatría.

Aunque sorprendentemente, el trauma psicológico de la guerra parece no afectar del mismo modo a todos los soldados que luchan en las mismas guerras con períodos de servicio similares. Según el estudio de Neil Greenberg del Centro Académico por la Defensa de la Salud Mental en el King’s College de Londres, que se publicó en la revista Royal Society, los soldados estadounidenses mostraron un índice superior al 30 por ciento en la frecuencia de TEPT, mientras que el índice entre las tropas británicas era sólo de un 4 por ciento. El estudio también reveló que aunque “los investigadores descubrieron un aumento del riesgo para la salud mental en el personal estadounidense enviado a múltiples despliegues, no se encontró una conexión similar en los soldados británicos”.

Entonces, ¿qué pasa? ¿Por qué las tropas estadounidenses vuelven a casa con una enfermedad mental que generalmente parece no afectar a sus compañeros de combate británicos? Para entender esta enorme diferencia en los efectos psicológicos causados por la guerra, uno primero tiene que conocer la historia del diagnóstico de TEPT.

El TEPT como se conoce hoy en día, se inventó después de la Guerra de Vietnam. Originalmente conocida como Síndrome de Vietnam, esta supuesta enfermedad mental de hecho ganó mala fama gracias a los psicoanalistas que se oponían a la guerra y no estaban contentos con la participación de la nación en el sudeste de Asia. En un artículo del New York Times de 1972 titulado “Síndrome de Vietnam” el psiquiatra Chaim Shatan, que se oponía a la guerra, escribió que el ejército había “engañado, utilizado y traicionado” a los veteranos. Shatan también expresó su opinión sobre la creación de esta nueva enfermedad mental en una nota a sus compañeros: “Esta es una oportunidad para emplear nuestra pericia profesional y nuestros sentimientos antibélicos”.

Aparentemente angustiado porque la “neurosis traumática a causa a la guerra” había sido eliminada del DSM-II, Shatan cofundó el Grupo de Trabajo de Veteranos de Vietnam, compuesto por psiquiatras con una opinión similar y consiguió que el trastorno de estrés postraumático se incluyera en la siguiente edición del DSM-III.

Con cada sucesiva edición del DSM, a pesar de la controversia, los síntomas del TEPT han crecido hasta tal proporción que incluso muchas personas dentro del campo han criticado el diagnóstico. Herb Kutchins, profesor de Salud y Servicios Humanos en la Universidad Estatal de California, en Sacramento, y Stuart A. Kirk, profesor de Bienestar Social, Escuela de Asuntos Públicos en la Universidad de California, en Los Ángeles, y autores de Enloqueciéndonos, explicaron que muchos soldados no estaban sufriendo TEPT o estrés, sino fatiga de batalla (agotamiento), y que el DSM-III “se había excedido al convertir los problemas de los veteranos de guerra en patologías”, lo que “se ha vuelto la etiqueta para identificar el impacto de situaciones adversas en gente común. Esto significa que las reacciones normales a sucesos catastróficos a menudo se han interpretado como trastornos mentales”.

Para poder diagnosticar estas reacciones normales, la comunidad psiquiátrica ha inventado 175 combinaciones de síntomas por los que se puede diagnosticar TEPT.

¿Pero es el TEPT realmente una enfermedad mental que necesita tratamiento? Una breve mirada a la amplitud de la categoría plantea preguntas importantes. Las siguientes son tan sólo unas pocas de las condiciones necesarias para calificar para TEPT: experimentar eventos traumáticos, combate militar, agresión personal violenta (agresión sexual, ataque físico, robo, atraco), secuestro, convertirse en rehén, ataque terrorista, tortura, encarcelamiento como prisionero de guerra, catástrofes naturales y provocadas por el hombre, accidentes de coche graves, ser diagnosticado con una enfermedad mortal, y repetida agresión verbal, física, emocional o sexual.

Además, uno no necesariamente tiene que ser víctima de lo anterior, también puede calificar para TEPT con solo ser testigo de situaciones tales como, observar lesiones graves o muerte no natural causadas por agresión violenta, accidente, guerra o desastre y ver inesperadamente un cadáver o partes del cuerpo humano seccionadas. De nuevo, lo anterior es sólo una lista abreviada de condiciones que pueden calificarse como enfermedad mental, dejándole a uno con la pregunta de quién, en el ejército o no, no calificaría para TEPT.

Además del cuestionable y definitivamente exagerado diagnóstico del TEPT, el tratamiento asociado con esta “enfermedad mental” suele estar relacionado con la prescripción de múltiples drogas psiquiátricas que alteran la mente. Son las mismas drogas que según los informes son inefectivas en por lo menos la mitad de las personas diagnosticadas con TEPT y de hecho actualmente muchos coinciden en que en realidad son perjudiciales.

Administrar estos narcóticos no es barato. El Departamento de Defensa y el de Asuntos de los Veteranos informan que han gastado casi 2 mil millones de dólares desde 2001 en drogas psiquiátricas para tratar las “enfermedades mentales” y TEPT, incluyendo más de 800 millones de dólares en drogas antipsicóticas como Risperdal y Seroquel, o como se le está llamando, “Seromata”.

Irónicamente, el fracaso de la psiquiatría militar en ayudar a nuestras fuerzas de combate les proporciona la oportunidad para exigir fondos adicionales para la investigación con el fin de “resolver” el problema, de la misma manera en que la psiquiatría popularizó sus servicios después de la Segunda Guerra Mundial. Desde 2006, la Comandancia de Material e Investigación Médica del ejército ha gastado cerca de 300 millones de dólares en 162 programas de investigación para entender, tratar y prevenir el TEPT. Sin embargo hoy en día la causa del TEPT es todavía desconocida, ya que los psiquiatras reconocen que no hay causas o curas conocidas para ningún trastorno mental.

A pesar de esta asombrosa confesión, una Orden Ejecutiva Presidencial de agosto de 2012 ordenó al Departamento de Administración de Veteranos que contratara otros 1,600 profesionales de la salud mental para junio de 2013. La Asociación Psicológica Americana también logró conseguir la autorización del Congreso para bonificaciones como grandes incentivos para los psicólogos que permanezcan en servicio activo, y también un incentivo de reclutamiento que llegaba hasta 400,000 dólares por un compromiso de servicio activo de por lo menos cuatro años para psicólogos civiles.

Con los millones de dólares que se gastan para llegar al fondo de esta “epidemia”, es posible que el mando encuentre prudente echar un buen vistazo a algunos hechos fundamentales. Los suicidios y otras muertes repentinas sin explicación, han aumentado durante los últimos años, al igual que el diagnóstico de TEPT y la prescripción de drogas psiquiátricas, muchas de las cuales no están aprobadas por la FDA para el tratamiento del TEPT y muchas de las cuales causan los mismos síntomas para los que las tropas han buscado tratamiento. (Ver Parte II: A dos soldados se les prescriben 54 drogas: el “tratamiento” de la salud mental en el ejército se vuelve Frankenfarmacia).

Sería difícil que cualquier persona que se preocupe por el aumento del número de muertes no se diera cuenta de que en realidad es la diagnosis de TEPT lo que ha alcanzado cifras epidémicas. Si el mando militar sigue permitiendo que la comunidad psiquiátrica dé las órdenes, el resultado podría de hecho ser un “Ejército de uno”.


Kelly Patricia O’Meara que fue reportera de investigación de la Revista Insight del Washington Times y ha sido galardonada, ha escrito docenas de artículos denunciando el fraude de los diagnósticos psiquiátricos y el peligro de las drogas psiquiátricas, incluyendo su innovador artículo de portada en 1999, Guns & Doses [Pistolas y Dosis], que revela el vínculo entre las drogas psiquiátricas y los actos de violencia sin sentido. También es autora del aclamado libro, Psyched Out: How Psychiatry Sells Mental Illness and Pushes Pills that Kill [Psiquiatrizado: Cómo la Psiquiatría Vende las Enfermedades Mentales y Fomenta Píldoras que Matan]. Antes de trabajar como periodista de investigación, O’Meara pasó dieciséis años en el Capitolio como empleada del Congreso para cuatro miembros diferentes del Congreso. Tiene una licenciatura en Ciencias Políticas de la Universidad de Maryland.

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